LA URGENCIA DEL CAMBIO CLIMÁTICO.

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En el libro Buena economía para tiempos difíciles, Banerjee y Duflo (ganadores del Premio Nobel de Economía en 2019) nos plantean hasta qué punto la economía puede resolver los grandes retos políticos y sociales del siglo XXI en un mundo cada vez más polarizado y dividido por la ideología. Para explicarnos esta creciente polarización, se hace una recopilación de los temas más urgentes y divisivos de nuestro tiempo, y se nos explican en base a la propia experiencia de los autores, con encuestas o experimentos que se han desarrollado a lo largo de los años. Asimismo, Banerjee y Duflo defienden el papel de los economistas para recuperar esa confianza que la sociedad ha perdido en ellos y que es tan importante en un momento en el que los retos económicos que enfrenta la humanidad son innumerables.

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Algunos de los problemas más actuales que aborda el libro son: la inmigración, la liberalización del comercio, las preferencias individuales, el crecimiento económico, el cambio climático, el desempleo tecnológico, la legitimidad del Gobierno o las políticas sociales.

De todos ellos, en este post vamos a tratar el tema del cambio climático, una gran preocupación actual.

En primer lugar, hay que decir que el cambio climático es tremendamente injusto, pues es un problema generado principalmente por los ricos, pero que afecta, sobre todo, a los pobres. La mayor parte de las emisiones de CO2 se generan en los países ricos o en la producción de lo que consume la gente en los países ricos. Pero la gran mayoría de los costes se experimentan, y se experimentarán, en los países pobres, pues son los que menos recursos tienen para combatir los efectos derivados de este impacto.

Esto se explica en el libro mediante la llamada “regla 50-10”: un 10% de la población (la más contaminante) genera aproximadamente el 50% de las emisiones, mientras que el 50% que contamina menos, sólo aporta algo más del 10%.

Teniendo en cuenta esto, los ciudadanos de los países ricos, y en general, los ricos del mundo, tienen una enorme responsabilidad en cuanto al cambio climático futuro.

Países como India, que está en el límite de poder permitirse los aparatos más baratos de aire acondicionado (una de las tecnologías que puede ayudar a proteger a la gente del cambio climático, pero que al mismo tiempo, acelera el ritmo de este), se enfrenta por tanto a un trade off espantoso: salvar vidas hoy o moderar el cambio climático para salvar vidas en el futuro.

Para hacer frente a este problema, se plantea una alternativa: las tecnologías limpias, que son aquellas que en su transcurso, no poseen o aminoran un impacto negativo continuo sobre el medio ambiente, como por ejemplo, lámparas de bajo consumo con contenido bajo o nulo de mercurio, procesadores de computadoras que no tienen estaño, o gasolina sin plomo.

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Sin embargo, estas tecnologías se consideran insuficientes, pues a fin de cuentas, la “tecnología sucia” (gas, carbón, petróleo, etc.) aún estará ahí. Si menos personas utilizan carbón y petróleo, los precios de esos insumos se desplomarán, lo cual hará muy tentador volver a utilizarlos.

Por tanto, otra de las soluciones que proponen los autores es una disminución del consumo de energía. Como exponen Banerjee y Duflo, “Tal vez tengamos que contentarnos no sólo con coches más limpios, sino con coches más pequeños, o sin ellos”.

Esta reducción del consumo, conllevaría a un cambio en las preferencias y a su vez, en los hábitos de las personas. Lo que consumimos mientras crecemos, conforma nuestros gustos actuales. Esto significa que es bastante complicado cambiar nuestros hábitos y nuestro comportamiento a corto plazo. Por ello, los autores opinan que un anuncio de una futura subida de impuestos a los productos que consumen energía, podría ser una forma más fácil de que la gente se acostumbre a la idea.

Esto lleva a la discusión sobre el impuesto al carbono. ¿Es este realmente eficiente? Desde hace tiempo, los economistas han afirmado que aumentar el costo de la combustión del carbón, el petróleo y el gas, sería una manera rentable de reducir las emisiones. Sin embargo, en la práctica, ha sido políticamente difícil para la mayoría de los países establecer precios lo suficientemente altos como para incentivar reducciones considerables. Muchos de los programas actuales de fijación de precios al carbono son bastante moderados. En Francia y Australia, los intentos por aumentar los impuestos al carbono fueron aplazados por el descontento de votantes respecto a un aumento a los precios de la electricidad. Por esta razón, en parte, la fijación de precios al carbono sólo ha sido un plan secundario en las iniciativas para combatir el calentamiento global.

Por último, se menciona en el libro la necesidad de un Green New Deal que plantee el debate del cambio climático sin enfrentar a los pobres en los países pobres contra los pobres en los países ricos. Este New Deal verde es un intento de salvar esta división, al destacar el hecho de que construir nuevas infraestructuras verdes (paneles solares, autopistas de alta velocidad, etc.) creará puestos de trabajo, al mismo tiempo que ayuda a luchar contra el cambio climático.

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No se trata de renunciar a los instrumentos que ya están diseñados como los permisos transferibles de contaminación o los impuestos sobre el carbono, sino de utilizarlos de manera que el coste sea asumido por los que más tienen y los ingresos fiscales sirvan para compensar a los que están en el extremo inferior de la escala de ingresos.

En conclusión, el cambio climático es un problema muy urgente que todos debemos afrontar y combatir lo antes posible, pues además de las graves consecuencias medioambientales que provoca, este fenómeno ha hecho que aumente drásticamente la desigualdad en los últimos años.

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